Cuando mi esposa quedo
embarazada de nuestro primer hijo un amigo en común (el señor Gil) nos preguntó
si queríamos conocer el sexo del bebe, yo vacilé un poco la respuesta pero aun
contesté: ...bueno para eso hay que esperar hasta el cuarto o quinto mes de
gestación, ¿no...? El me miró a los ojos y dijo: —Entra en oración, coloca tus
manos sobre el vientre de tu esposa; pide a Dios el nombre del bebe; ya que es
más importante su opinión que la tuya; ¡y con el nombre ya sabes el sexo!
—Bueno, esto me pareció un poco absurdo, pero decidí hacer lo que nuestro amigo
nos recomendó; cabe mencionar que mi esposa solo tenía un mes de embarazo para
ese momento y por lo tanto no podíamos determinar el sexo del bebé, pero a
pesar de todas las dudas que convergieron en mi mente lo hicimos.
Ese mismo día durante la
noche comencé a orar e impuse mis manos sobre el vientre de mi esposa y pedí a
Dios… —Danos Señor el nombre del bebé, sea varón o hembra, porque es más
importante tu opinión que la nuestra... posterior a la oración nos acomodamos para
dormir. Mientras reposaba cómodamente en los brazos de Morfeo, mi esposa me
despertó repentinamente diciendo: —Despierta que está sonando el
intercomunicador... —Cuando pude despertar; ya que tengo el sueño muy pesado,
me percaté de que efectivamente tocaban el timbre con mucha insistencia, miré
mi reloj y puede notar que era casi media noche y con el humor de un guardia
nacional fui a contestar el intercom.
Al responder al llamado,
una voz masculina dijo directamente y sin titubear: —Amigo pásame a Isaac... —A
lo que respondí: ...disculpe pero está equivocado... el misterioso hombre
insistió en su afán de que le comunicara con Isaac, pero una vez más respondí:
...aquí no vive ningún Isaac... y nuevamente el vehemente visitante nocturno se
dirigió a mí y expresó esta última afirmación: — Ese es el 11-B, ahí vive
Isaac... —Inmediatamente colgué el auricular y una especie de fuerza inefable
me sacudió internamente y de inmediato recordé la oración que había hecho con
mi esposa en la habitación pidiendo un nombre... he ahí mi respuesta a la
petición, con la mayor diligencia había llegado el nombre del bebé..., entré a
la habitación medio zurumbático y le dije a mi esposa: —Va a ser un varón, se
va llamar Isaac, no lo dudes nunca... Le conté mi extraña conversación con
aquel visitante nocturno y decidí dormir estupefacto, ¿Qué más podía pensar o
hacer?, quedé perplejo ante lo sucedido y para mayor extrañés, después de haber
escuchado la afirmación final de este posible emisario; no volvió a repicar el
timbre del intercomunicador en toda la noche. Esa fue una de las experiencias
que marcaron con mayor fuerza mi vida y que recuerdo con especial cariño.
Entre otras cosas
durante el tiempo de gestación del niño, me enfrente a un sin número de
personas que me aseguraban que la barriga de mi esposa era la de una hembrita,
mi propia madre me dijo en una oportunidad: —Esa barriga es de hembra; ¿qué vas
a saber tu?; ¿acaso eres mujer?; ¿tú has parido...? —No hallaba como explicarle
que estaba absolutamente convencido de que había tenido una revelación del
nombre de mi hijo y en consecuencia el sexo, ¿Cómo podría ser esto una
casualidad o equivocación?; aun así, fueron varias las personas que se oponían
a mi inefable convicción durante los restantes ocho meses. Como me reí
“sanamente” cuando nació mi pequeño Isaac; el hijo cuyo nombre había sido
enviado en respuesta a mi oración, ¿qué otro nombre le daría al bautizarlo?, si
el mismo Dios se tomó la deferencia de colocárselo. A pesar de que esta
historia pueda sonar a film cinematográfico, existe otro hecho significativo
durante este embarazo y permítanme contarles.
Cuando mi esposa alcanzó
aproximadamente el tercer mes de gestación, presentó un dolor agudo una noche
en horas de la madrugada, se levanto con prontitud al baño y había tenido una
fuerte hemorragia, un llamado de ayuda desesperado que me paralizó por un
segundo me hizo correr hasta su lado. Con asombro y bajo una mezcla de miedo y
confusión vi la sangre y a ella sentada en el piso, rápidamente llame al servicio
de ambulancias y nos dirigimos al centro hospitalario más cercano. Durante el
trayecto en la ambulancia una joven paramédico atendía a mi mujer y me miraba
de forma perturbadora; pensé dentro de mí y me disculpan si no es oportuno el
comentario, pero no lo pude evitar en el momento, — ¿Qué le pasa a esta mujer,
acaso cree que yo provoqué esto...? y mientras procedía con su rutina de
revisión continuaba viéndome de una manera incomoda.
Una vez llegados a la
emergencia del centro clínico, la médico de guardia era una persona
relativamente joven, al relatarle lo sucedido no dudó en respondernos que
cuando esa clase de desprendimiento de placenta ocurre, por lo general, se
pierde el bebé o viene con problemas; una noticia nada alentadora bajo esas circunstancias.
Durante la atención se nos notificó la realización de un ecosonograma para
evaluar la situación, acompañé a mi esposa hasta la sala donde realizarían el
estudio y encontraron que todo estaba estable y bien dentro de su vientre; lo
cual agradecí en mi mente desde lo más profundo de mi corazón, la doctora se
dirigió a nosotros e insistió en su diagnostico:—Aunque el bebé este aún en el
vientre lo más seguro es que ya viene con un problemas... —Que falta de tacto
de esta mujer, si bien están comprometidos con su trabajo y carecen de ligarse
emocionalmente con los pacientes, no puedo evitar el hecho de recordar escenas
de la película de Patch Addams, donde el actor pregunta a su panel de juicio
¿En qué momento de la historia de la medicina, el doctor deja de ser un amigo
compasivo y cariñoso?, pero es solo una apreciación personal de lo acontecido.
En el transcurso de esa
larga madrugada decidí llamar a mi buen amigo Gil para contarle todo lo
sucedido, sería cerca de las 3:00 am y posterior a toda mi angustiada llamada
él me pregunto: — ¿Hablaste con el médico de tu esposa...? —Le dije que aún no
lo había llamado y con voz segura y afable me dijo: —Quédate tranquilo, no te
angusties por lo que digo la doctora, recuerda que es el varón creyente quién tiene
el don de consejo, llamen a su médico… —Procedí inmediatamente a llamar a
nuestro doctor y me habló con un tono de voz pausado y sosegado, el respondió:
—No te preocupes, que no creo que esté pasando nada malo con el bebé, son
situaciones que acontecen en primerizas, en un momento te darás cuenta que el
bebé está bien… —Me sorprendió que dijera eso, porque mi amigo anteriormente me
lo había descrito con tanta seguridad, que era como si el doctor y él se
hubiesen puesto de acuerdo de forma previa.
Mientras esperaba en un
pasillo de la clínica, por alguna razón vino a mi mente las lecturas de Job y
pensé: "Seguramente alguien cercano a mi vendrá a hablarme mal de Dios” No
sé porqué imagine eso en ese momento pero dicho y hecho o más bien; pensado y hecho,
se abrió la puerta del ascensor del pasillo y apareció alguien muy cercano a mi
diciendo: —Porqué tu, metido en eso, de esas religiones… —Sí señor, yo pensé lo
mismo al escuchar esa frase sin sentido y que no tenía nada que ver con lo que
estaba pasando y tampoco era lo que usted esperase oír de un familiar en un
momento así; sin embargo, no me quedó otra cosa que decir lo mismo que le
respondió Job a su esposa; —hablas como una tonta cualquiera, si aceptamos de
Dios lo bueno, debemos también aceptar lo malo, bendito sea su nombre por los
siglos de los siglos.
Después de ese episodio,
el resto del embarazo terminó sin mayores inconvenientes, salvo por una pequeña
preocupación, nuestro doctor había detectado que el bebé tenía tres vueltas de
cordón alrededor del cuello y que de permanecer así hasta el final tendría que
practicar cesárea. Mi esposa se negaba a ser sometida a una intervención
quirúrgica; pero simplemente por una cuestión de estética, tiende a formar
lesiones de piel denominadas “queloides” y esto le causaba cierta angustia ya
que no deseaba tener una cicatriz tan grande en todo el abdomen.
Un día mi esposa decidió
conversar su angustia con el sacerdote (el Padre Vicente Mancini) y fuimos a la
iglesia para hablar con él; (nunca habíamos tocado el tema con el padre), al
entrar al despacho y sin mediar palabras; ni siquiera un saludo previo, el
padre miró a mi esposa y sin titubear le dijo: —Dígale al doctor que usted va a
parir normal… —Sin más que decir; ni reaccionar, nos quedamos boquiabiertos y
nos retiramos del lugar sin emitir sonido alguno; ¿Qué otra cosa podíamos haber
hecho? cuando fuimos a hablar de algo que no le habíamos dicho previamente al
sacerdote y nos da semejante respuesta apenas entrando.
Para resumir, el día del
parto llegó con mucha tranquilidad, mi esposa había seleccionado el día de la
cesárea y fuimos a la clínica sin complicaciones; al llegar allá, el doctor
procedió a examinarla antes de la intervención y ella le volvió a insistir si
no había alguna posibilidad de realizar un parto normal, el doctor decidió
escuchar los latidos del bebé y tomo la decisión de intentarlo una sola vez;
pero que si los latidos del bebé se alteraban durante el momento de parto,
suspendería la maniobra y realizaría la cesárea. Como íbamos a intentar el
parto normal, se me permitió entrar al área de quirófanos.
Ya en el quirófano, todo
estaba listo y el doctor le dijo a mi esposa: —Bueno, vas a intentarlo solo una
vez y si algo no me gusta, te opero. El doctor dio a mi esposa la orden de pujar
y en lo que dijo “puja”; el bebé salió como bala e inmediatamente le retiraron
el cordón umbilical del cuello. Si me hubiera tardado 10 segundos más
cambiándome la ropa para entrar al quirófano, ni siquiera lo hubiera visto
nacer; siempre quedará esa imagen en mí y la duda de ¿Cómo pudo saber el
sacerdote, que sería parto normal?, quizás nunca llegue a saberlo con
exactitud, pero de una cosa estoy seguro, esto es una de las revelaciones de fe
que forman uno de los pilares fundamentales de mi convicción cristiana.
Como era de esperarse, después
de tantas experiencias de fe, nunca dude en imponer las manos al vientre de mi
esposa en los otros dos embarazos posteriores. De igual forma pedí un nombre en
su segundo estado de gravidez; sólo que esta vez no sucedió de forma tan
inmediata. Cuando fuimos a nuestra primera cita control del segundo embarazo, el
médico hizo un comentario a manera de chiste y dijo algo así: ─ "...Bueno ya no te
verás gritando solamente Isaac bájate de ahí, ahora dirás también Isaac y
Benjamín bajen de ahí los dos…"─ Aunque esta puede que no sea tan impresionante
como la primera experiencia, en mi corazón yo sentí en ese momento que Dios
respondía a mi oración diciéndome que este segundo bebé, iba a ser otro varón; sólo que decidimos dar el nombre de Abrahám, para darle cierta relación con el
nombre de su hermano Isaac…y como había de esperar, llegó al mundo un varón al
cual bautizamos con el nombre de Abrahám Josué. El embarazo transcurrió de
manera normal, no se presentó ningún incidente, ni complicación, pero una vez
más, el manifiesto de Dios se dejó sentir al responder a nuestra oración sobre
si tendríamos varón o hembra.
Con el tercer embarazo sucedió algo particular, esta vez no hubo siquiera tiempo de hacer la oración sobre el vientre, quizá Dios sabría que lo haría y quiso adelantarse. Fue una mañana de Febrero de 2005, cuando mi esposa me llamó para darme la noticia durante uno de los momentos más duros, tristes y complicados que había vivido hasta entonces; mi despido político de la industria petrolera, en esa llamada simplemente cuando dijo, estoy embarazada, sentí algo dentro de mí que me dijo: “Es la niña”. Nunca voy a poder explicarlo; por tanto, en esta ocasión, cada vez que impuse las manos sobre el vientre de mi esposa; como lo hice tantas otras veces con sus hermanitos, sólo era para pedir salud, un embarazo tranquilo, un buen parto, pero nunca pedí un nombre; sólo sé que tenía la extraña sensación de que tendríamos una niña… nueves mese después ¿saben que sucedió…? nació una niña, a la cual quise llamar Jacobel; como la madre de Moisés, y completar de alguna forma la relación entre los nombres de aquella frase bíblica del Dios de Abrahám, Isaac y Jacob; pero mi esposa no le agradaba el nombre por ser tan inusual; así que me decidí por un nombre histórico “Juan Pablo II” sólo que preferí usar la versión italiana original de “Giovanni Paolo”, la cual en ese idioma tiene ambos géneros y fue así como llegó al mundo mi pequeña Giovanna Paola.
Así que recomiendo a
todas aquellas parejas primerizas; que por una u otra causa llegan a la
aventura de crear una familia, no dejen de invitar a Dios en la decisión de
entrar a sus vidas y la de sus hijos antes de su nacimiento, estoy seguro que
tendrán muchas cosas que contarle a sus nietos algún día.
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